Quizás fuera cuestión de echarle tiempo y ganas, pero iba a hacer mucho más que sobrevivir a Rafa. Sólo tenía dieciocho años, al fin y al cabo. Estaba a punto de empezar en la Universidad, en el umbral de una etapa que la mayoría de la gente describe como la mejor de su vida. Laura quería vivir, aprender, desbarrar, estudiar hasta las tantas con algún amigo, morirse de risa entre confidencias con las amigas, ir a conciertos, ver pelis, cocinar recetas tailandesas, bailar hasta agotarse, pillarse un pedo, o dos, o veinte, practicar nuevas posturas en la cama de su habitación compartida procurando no coincidir para ello con su compañera de cuarto, estresarse con los exámenes, trasnochar para entregar a tiempo los trabajos, dormirse en clase, leer todo lo que cayera en sus manos, conocer gente de todas partes del mundo, irse de viaje, salir de acampada, hacer pellas, escuchar lecciones magistrales… Quería hacerlo todo, cuanto más, mejor, y si eso implicaba salir dos o tres veces con el niñato engominado que le explicaba la mejor forma de hacer un handle-pass con viento de Levante en aquel preciso instante sin que ella le estuviera escuchando realmente, lo haría. Cualquier cosa para olvidar a Rafa. Porque lo tenía muy claro: si no conseguía olvidarle, quizás ni siquiera pudiera sobrevivir.
Y es que, ¿cómo iba a hacerlo con aquel agujero en el pecho, con aquella angustia? ¿Desde cuándo dolía tanto el simple hecho de que te dejara un tío? Pero Laura lo sabía, Rafa no era un tío más y nunca lo sería. Rafa era lo que ella no podía ser: irresponsable, divertido, diferente, un ejemplo clarísimo del “ni puedo, ni quiero”, que en el fondo sufría, pero solía tirar adelante a base de morro y de mucho cariño. Porque Rafa necesitaba que le quisieran, y ella siempre le había querido. Porque Rafa tenía poesía en el alma, porque Rafa era la persona más capaz de amar que ella había conocido y la quería como nadie nunca la quiso. Porque además nunca le importó gritarlo a los cuatro vientos. Que se entere todo el mundo, Rafael Sánchez quiere a Laura Sandoval. Porque era torpe, pero dulce. Porque era un chulo, pero demasiado tierno como para que le saliera bien. Porque era un niño, pero al mismo tiempo, sabía exactamente qué decir para hacer que le deseara, que le deseara tanto que no pudiera explicárselo a sí mism
a. Porque besaba de la manera más excitante que ella hubiera probado jamás de ningunos labios. Y porque el muy macarra le había vuelto el mundo del revés y no sabía qué hacer para que todo volviera a su sitio. Muy en el fondo de su ser sabía que tampoco quería que sucediera. Joder, con el macarra de mierda. La puta madre que le parió.
Y él habría dicho lo mismo, una vez más…
Al fin y al cabo, quizás, no había conseguido ser la señorita que sus padres esperaban que fuera. Al fin y al cabo, no se había enamorado de ningún chaval como Tim, educado, deportista, culto y, seguramente, sensible. Al fin y al cabo, jamás estuvo realmente interesada por la ropa, ni escuchó realmente los discos de su padre, ni entendía muy bien por qué a su madre le gustaban tanto los círculos de Kapuczonsky. Al fin y al cabo ella amaba a Rafa, con todas sus fuerzas, a Rafa. Y a ninguno más. Y ya estaba hablando como él, en términos que hace dos años habría calificado de despreciables. Rafa ya era parte de ella, y siempre lo sería, así que quería pensar, debía pensar, que ella también formaba ya parte de él, aunque no volvieran a verse en lo que le quedara de vida.
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