Di que no era verdad (V)
Laura se negó a llamarle Tim, pero dejó que su conversación llenara el silencio que ensordecía el sentido de su vida, así que se quitó los cascos y se pasó buena parte del vuelo escuchando las teorías del joven Rumsfeld-Lauper sobre Pollock, un tema en el que se encontraba inmerso debido a su proyecto de fin de carrera. También estudiaba en Oxford, practicaba la escalada, le gustaba el submarinismo, hacía surf y tenía una moto acuática. Sus padres vivían entre Londres y Marbella, de ahí que él se encontrara en España, de visita, pero ahora tenía que volver a la facultad. Era mono. Mono, como Christian. Era mono pero, como Christian, tampoco era mucho más. Hacía dos años, probablemente, Laura habría podido describirle con toda una ristra de adjetivos, desde interesante hasta ideal. Ahora no le decía nada.


Quizás fuera cuestión de echarle tiempo y ganas, pero iba a hacer mucho más que sobrevivir a Rafa. Sólo tenía dieciocho años, al fin y al cabo. Estaba a punto de empezar en la Universidad, en el umbral de una etapa que la mayoría de la gente describe como la mejor de su vida. Laura quería vivir, aprender, desbarrar, estudiar hasta las tantas con algún amigo, morirse de risa entre confidencias con las amigas, ir a conciertos, ver pelis, cocinar recetas tailandesas, bailar hasta agotarse, pillarse un pedo, o dos, o veinte, practicar nuevas posturas en la cama de su habitación compartida procurando no coincidir para ello con su compañera de cuarto, estresarse con los exámenes, trasnochar para entregar a tiempo los trabajos, dormirse en clase, leer todo lo que cayera en sus manos, conocer gente de todas partes del mundo, irse de viaje, salir de acampada, hacer pellas, escuchar lecciones magistrales… Quería hacerlo todo, cuanto más, mejor, y si eso implicaba salir dos o tres veces con el niñato engominado que le explicaba la mejor forma de hacer un handle-pass con viento de Levante en aquel preciso instante sin que ella le estuviera escuchando realmente, lo haría. Cualquier cosa para olvidar a Rafa. Porque lo tenía muy claro: si no conseguía olvidarle, quizás ni siquiera pudiera sobrevivir.
Y es que, ¿cómo iba a hacerlo con aquel agujero en el pecho, con aquella angustia? ¿Desde cuándo dolía tanto el simple hecho de que te dejara un tío? Pero Laura lo sabía, Rafa no era un tío más y nunca lo sería. Rafa era lo que ella no podía ser: irresponsable, divertido, diferente, un ejemplo clarísimo del “ni puedo, ni quiero”, que en el fondo sufría, pero solía tirar adelante a base de morro y de mucho cariño. Porque Rafa necesitaba que le quisieran, y ella siempre le había querido. Porque Rafa tenía poesía en el alma, porque Rafa era la persona más capaz de amar que ella había conocido y la quería como nadie nunca la quiso. Porque además nunca le importó gritarlo a los cuatro vientos. Que se entere todo el mundo, Rafael Sánchez quiere a Laura Sandoval. Porque era torpe, pero dulce. Porque era un chulo, pero demasiado tierno como para que le saliera bien. Porque era un niño, pero al mismo tiempo, sabía exactamente qué decir para hacer que le deseara, que le deseara tanto que no pudiera explicárselo a sí misma. Porque besaba de la manera más excitante que ella hubiera probado jamás de ningunos labios. Y porque el muy macarra le había vuelto el mundo del revés y no sabía qué hacer para que todo volviera a su sitio. Muy en el fondo de su ser sabía que tampoco quería que sucediera. Joder, con el macarra de mierda. La puta madre que le parió.

Y él habría dicho lo mismo, una vez más…
Al fin y al cabo, quizás, no había conseguido ser la señorita que sus padres esperaban que fuera. Al fin y al cabo, no se había enamorado de ningún chaval como Tim, educado, deportista, culto y, seguramente, sensible. Al fin y al cabo, jamás estuvo realmente interesada por la ropa, ni escuchó realmente los discos de su padre, ni entendía muy bien por qué a su madre le gustaban tanto los círculos de Kapuczonsky. Al fin y al cabo ella amaba a Rafa, con todas sus fuerzas, a Rafa. Y a ninguno más. Y ya estaba hablando como él, en términos que hace dos años habría calificado de despreciables. Rafa ya era parte de ella, y siempre lo sería, así que quería pensar, debía pensar, que ella también formaba ya parte de él, aunque no volvieran a verse en lo que le quedara de vida.


- … a mí, de todas formas, me ha gustado mucho más Tarifa. Allí las olas son grandes y la gente es muy divertida. Hacía demasiado viento, quizás, you know? Porque mi cometa es grande, y si la cometa es grande, el salto es grande, así que con Levante mejor cometa pequeña, para dar saltos pequeños…

Señores pasajeros, les habla el Comandante Casanova. En unos minutos comenzaremos la maniobra de aterrizaje en el aeropuerto de Heathrow. Les rogamos permanezcan en sus asientos, abrochen sus cinturones, y desconecten los aparatos eléctricos. Tomaremos tierra a las 9.50, hora inglesa. La temperatura de Londres es de 7 grados, sin viento, y nuboso.
(Continuará)
Di que no era verdad (IV)


- ¿Gigi?
- ¡Hombre, Rafita, tío, cuánto tiempo! ¿Qué te cuentas?
- Nada, tío, bien… ¿Vosotros qué tal?
- Pues nada, por aquí, bien, tío, anoche dimos un concierto, te lo perdiste, chaval, todo Usera allí, se montó un chocho recio, como siempre, que el Rulas y el Sebas se pillaron un pedo impresionante, y terminamos todos a hostias, pero conseguimos tocar seis canciones, tío, como en la puta vida, un pasote brutal… Ay que me da, que me da, que me d…
- Ya…
- Bueno, ¿y qué? ¿Cuándo vuelves? Te echamos de menos en el barrio, tío. Cuando el Charlie empezó a currar en tu instituto dejaste de llamar, pero desde que te fuiste a Ávila ya…
- Lo sé, Gigi, lo sé, y lo siento. Yo también os echo de menos…
- Pues entonces tú verás…
- Ya…
- ¿Pero qué, tío? ¿qué tal todo?
- Bien…
- ¿Qué tal las tías?
- Bah…
- Joder, tío, genial, de puta madre, ¿eh? Te veo pletórico… No hables tanto, que a este paso me van a reventar los tímpanos… ¿Se puede saber qué te pasa, tío?
- Nada, que estoy cansado, mucho curro y eso…
- Ya. Mira, chaval, eso se lo cuentas a tu vieja, que por cierto me ha dicho la mía, que la ve en la peluquería, que tampoco se lo cree. Lo que pasa es que no se da cuenta de lo que te pasa en realidad porque está demasiado preocupada por no tenerte en casa. Es lo que dice mi vieja, tío.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué me pasa en realidad?
- Pues que Laura se ha pirado a Inglaterra esta mañana, simple y llanamente.
- ¿Y tú cómo lo sabes?
- Macho, yo lo sé todo.
- Ya, ¿y?
- Pues que estás hecho una mierda.
- …
- Rafa, tío, ¿por qué no te dejas de gilipolleces y vuelves?
- ¿Y ahora para qué, Gigi? ¿Para qué? Mi madre va a seguir empeñada en que haga algo que no quiero hacer, y encima Laura se ha ido…
- Bueno, pero si vuelves igual aún podemos hacer algo, ¿no?
- ¿Algo como qué?
- Pues como buscarte un billete de avión para que te vayas a Londres con ella, por ponerte un ejemplo.
- Está en Oxford.
- Sí, bueno, tú ya me entiendes… Lo importante es que vayas, chaval, y luego ya veremos.
- ¿Y qué hago? ¿Me la traigo de los pelos?
- O te quedas tú allí, tío, lo que haga falta. Si hay que ayudarte de cualquier forma, se te ayuda. En el barrio nunca dejamos tirado a un colega, por si se te había olvidado… El caso es que tú quieres estar con ella y, si quieres estar con ella, pues no puedes perderla, tío.

“No puedes perderla, tío”. Cuatro palabras que había escuchado tantas veces… Cuatro palabras que también le repetía el Charlie casi cada día, cuando no dejaba de cagarla, porque estaba claro que él la quería pero raramente se lo demostraba. Por lo menos en los últimos tiempos. “No puedes perderla, tío, me besó porque creyó que así te recuperaría, y tú lo has echado todo por la borda por un rebote… y por la calentorra de tu prima”. Sí, la calentorra de su prima. No había mejor forma de definirla. Pero el propio Charlie no le dijo esas cosas la primera vez que vio a Angélica, sino más bien todo lo contrario. Tampoco es que hubiera excusa posible, pero ahora parecían haber pasado años, años desde que cometió la gran estupidez de su vida dejando que un malentendido destrozara lo mejor que le había pasado nunca. Angie, Aitana, Vane, o cualquier otra. No podía decir que no hubiera probado las suficientes experiencias nuevas como para saber que ninguna admitía comparación. Miriam, Ruth, Úrsula, Esther, Rocío, Jessica, Bárbara, Silvia, Diana y una larga colección de tías con las que en el mejor de los casos la historia había durado aproximadamente quince días. Otras no sobrevivieron a la primera noche. Pero nunca, en ningún caso, había sentido esa feliz carga en el pecho, ni las mejillas ardiendo por el efecto de los dos primeros besos de cortesía, ni la moñada esa de las mariposas en el estómago –que, joder, era muy cierta-, ni por supuesto las náuseas, el dolor, el vacío al sentirse lejos de ella. La muy pija le había vuelto el mundo del revés y no sabía qué hacer para que todo volviera a su sitio. Muy en el fondo de su ser sabía que tampoco quería que sucediera. Joder, con la pija de mierda. La puta madre que la parió.




(Continuará)
Di que no era verdad (III)
Nunca es demasiado temprano para Barajas, y Laura lo agradecía. Habría sido mucho peor caminar entre mostradores desiertos y papeleras limpias, pero tampoco importaba, porque el aeropuerto estaba vacío por mucha gente que corriera los cien metros lisos en sus pasillos o sobre sus escaleras mecánicas. Y, aún así, quiso regalarse la ilusión de que él aparecería en cualquier momento, con esas gafas de sol que llevaba ahora a todos sitios, con sus colgantes y una de sus camisetas horteras, con su mirada hecha de luz, con su sonrisa. El vecino non grato, el amor clandestino que su padre jamás aceptaría. Y visualizó al joven rubio de ojos azules que seguramente conocería más tarde o más temprano, el que le descubriría los secretos de Londres y la llevaría a exposiciones de Kandiski y recitales de Wagner, pero la acompañaría gustoso a un concierto de U2 cuando tuviera ocasión. Ese pobre chaval que probablemente se llamaría algo parecido a James Stone-Hewitt, pero la dejaría llamarle Jimmy cuando estuvieran solos, y que acabaría casándose con una mujer que jamás le pertenecería, porque su corazón siempre estaría herido, siempre sangraría, hasta que sonara el teléfono y la periferia madrileña le acariciara el oído. Que te echo mogollón de menos y que me gustaría volver contigo. No era una ingenua, y sabía que las probabilidades de que algo así sucediera ni siquiera eran dignas de alcanzar el rango de mínimas. Si no ocurriera jamás, ella sobreviviría, pero sería para siempre lo que era en aquellos momentos: una sonriente, mentirosa y complaciente herida.



Sus padres se despedían con la mano, y la mirada de cariño que les dedicó mientras desaparecía tras la puerta de embarque fue el único gesto sincero que se permitió aquella mañana. Una vez en el avión sacó los auriculares y comenzó a escucharla. Cuando el silencio ensordecía el sentido de mi vida y quería volver a nacer… Una canción que siempre le había parecido una soberana cutrez hasta que se la escuchó cantar a él. Desde entonces era su canción, porque nunca les habían permitido besarse lentamente mientras se abrazaban escuchando cualquier otra, así que tenían que recurrir a ella como mensaje cifrado. Cuando se querían –y se habían querido tanto…- y fingían ante sus padres que Laura no sentía nada por Rafa, él la ponía a todo volumen, retumbando en toda la casa para que ella supiera que su amor seguía intacto. Loli se quejaba del ruido, pero en el fondo se compadecía de su pobre niño, al que no dejaban ver a Laura, y lo mismo le ocurría a Claudia con su hija. Sheila estaba empezando a pensar en hacer una versión, Pepe, Sergio y Bea le daban ideas para maquillar aquella pastelada de ritmo pegadizo del verano, Ernesto se quería tirar por la ventana, pero las posibilidades de romperse la crisma desde el primer piso de un chalet se reducían a la nulidad, así que solía irse al club con Mariano tras fracasar en sus intentos de neutralizar los acordes de Acordes dirigiendo a la Filarmónica de Viena en la interpretación del Requiem de Mozart hasta que los cristales amenazaban con resquebrajarse. Daba igual, Rafa siempre ganaba, y luego nadie podía extrañarse –de hecho, casi nadie se enteraba- de que ella tarareara insistentemente la machacona melodía mientras regaba las plantas, su forma de decirle a Rafa que ella también le quería. No pudo evitar que se le escapara una lágrima.




El chaval que se sentaba a su lado, rubio, bien vestido y más hijo de la Gran Bretaña que la mismísima reina de Inglaterra, la miró de soslayo. “¿Estás bien?”, le preguntó en un perfecto castellano. “Sí”, mintió ella, “no se preocupe, muchas gracias”. “No me las dé”, claro, ¿cómo las iba a aceptar, con aquella pinta de haberse educado en un caserón victoriano? “Ya sabes, para cualquier cosa que necesites. Me llamo Timothy Rumsfeld-Lauper, pero puedes llamarme Tim”.
(Continuará)
Di que no era verdad (II)

- Rafa… Rafa… ¡¡Niño!! Nada. Insoportable, está insoportable, de verdad...
- ¿Qué le pasa ahora?
- Yo qué sé… Está rarísimo desde antes de ayer…
- ¿Sólo desde antes de ayer?
- ¡Bueno, en realidad desde que llegó! Mírale, ahí, en la cama, con los cascos enganchaos. Si es que no reacciona, es como si no nos viera…
- Mujer, es que no nos ve, que no ves que tiene los ojos cerraos…
- … y cuando los abre, total ¿pa qué? Pa mirar al techo, nada más… ¿Estará enfermo?
- No creo. Pa mí que esto va a ser que lo ha dejao una niña…
- ¿Pero qué niña ni que niña, Marcelino? Pero si desde que llegó aquí va de casa al trabajo y del trabajo a casa, que me ha dicho el Sebas que es muy formal, muy responsable y muy currante, pero que hay que ver lo poco que habla, que parece mentira que sea hijo de la Loli… Si es que ni siquiera ha querido quedar con el Perico, que antes de ayer me encontré a su madre en la plaza y me preguntó por el Rafita, que su niño estaba deseando verlo y que a ver si el taller le dejaba tiempo porque parecía mentira que en la cantidad de semanas que lleva aquí no haya tenido un rato para pasarse por su casa…
- Sí, si todo eso es verdad, pero aquí pasa algo raro, porque a ver, de Madrid se vino mustio, normal, con la que tuvo con la Loli… Pero lo de ahora no es normal, cariño, te digo yo que no es normal. Una cosa es que el chaval no hable demasiado y ande por ahí cabizbajo y otra muy distinta que lleve todo el fin de semana encerrado en su habitación, sin comer y yo diría que sin dormir, que le oigo levantarse para ir al baño como tres veces por noche, y a saber las que se levantará sin que le oigamos. Y mañana es lunes y tiene que trabajar, a ver cómo va a tener cuerpo…
- Ay, Marcelino, yo voy a llamar a la Loli, ¿eh? Yo voy a llamar a la Loli, ¡porque como la Loli se entere de lo chuchurrío que está su chaval, ésa se presenta aquí y nos rebana el pescuezo!


Rafa cerraba los ojos para no encontrarse con los de Laura camuflados entre los relieves del techo. Apareciéndosele a traición, como el más cruel de los fantasmas. En sus oídos el silencio ensordecía el sentido de su vida y la cabeza le estallaba con palabras enredadas, una vez más. No entendía cómo podía haber subsistido aquella cinta durante tanto tiempo con la caña que le había metido en los últimos dos años. Cada vez que la había cagado con Laura, cada vez que la había visto con otro, cada vez que había escuchado las palabras más terribles –ya no te quiero, Rafa- de sus labios y, lo peor, cada vez que las había leído en su mirada. Pero sobre todo desde el momento en el que tuvo la feliz idea de dejarla llorando en aquel banco. Una cagada más. La más gorda, quizás, porque durante mucho tiempo no encontró las fuerzas para vivir con el dolor de un recuerdo. En sus pesadillas, Charlie la besaba una y otra vez. Y entonces no se le ocurrió que a ella pudiera pasarle lo mismo cuando él besaba a su prima, como si el hecho de que Angie no fuera amiga suya hiciera que le resultara menos insufrible la sensación de estarle perdiendo, tal y como le sucedía ahora a él. No se le ocurrió entonces, pero ahora se le ocurría. Se le ocurría mucho. Muy a menudo. Concretamente desde que se había dado cuenta de que ella había pasado página, le había olvidado. Porque hasta que Loli le llamara para darle la brasa dos días antes, él la creía –estúpida e injustificadamente- suya. Suya, aunque no se sintiera capaz de estar con ella. Y por eso vivía convencido de que, por muchas personas que entraran y salieran de su vida, nadie conseguiría arrebatársela.


Pero entonces su madre llamó, le preguntó por el trabajo, le pidió por enésima vez que volviera a casa y Rafa sólo advirtió una diferencia con respecto a las demás llamadas: en aquella ocasión no utilizó a Laura como medida de presión, no le recordó que si no regresaba pronto ella terminaría por conocer a otro. Habló de su padre, de Sheila, de Pepe, de su abuela y hasta de la Condesa, de Poncho y de Charlie, de Gigi y de Gaby, pero no habló de ella. Y luego él, vacilante, preguntó por los vecinos en general, tiñendo su voz de formalismo dirigido a ninguno de ellos en particular. Y entonces su madre hizo explotar la bomba de Hiroshima sobre su corazón con el mismo tono que solía emplear antes para comunicarle que había gambas para cenar. Laura se iba. Se iba el mismo lunes a Oxford para estudiar y probablemente a partir de entonces sólo volvería de visita. Porque Inglaterra, ya se sabe, es un país rico y elegante, y fino, como siempre había sido esa niña, que además sabía tanto inglés que no iba a tener problemas para hacer amigos bien pronto, y sobre todo para encontrar un universitario guapo y rico que pudiera darle todos los caprichos hasta que se dedicara a darle churumbeles, porque cuando eso pasa los hombres son iguales en todos sitios, en Usera, en la urbanización y, con toda seguridad, también en Oxford, todos unos malajes que esperan que sea la mujer la que se encargue de todo. Como le pasaba a ella misma con su padre, como le ocurría a Claudia con Ernesto. Y así mejor para todo el mundo, oye, que yo veía a la criatura con una cara de mustia todo el día, y desde que sabía que se iba a la Gran Bretaña como que se le había puesto otro color, porque después de todo ya iba siendo hora de que pasara página y se olvidara de él, porque su niño era el mejor, además del más guapo, pero si él no la quería, pues no la quería, y tenía que asumirlo, y la verdad es que siempre fue muy poquita cosa y a él le gustaban las chavalitas como más hechas, no tan delgadas, y bueno, pues mira, si encuentra a un inglés que la cuide, que es lo que importa al fin y al cabo en un hombre, mejor que mejor. Y Rafa, hijo, ¿me oyes? Yo es que no te escucho nada. Pero nada de nada. Debe ser la cobertura, así que voy a colgar. Que comas bien, que te cuides, que dejes de hacer el burro y que vuelvas cuanto antes, que todos te echamos de menos.

Y desde que el temblor de sus manos le permitiera colgar a él también, sentía náuseas. Náuseas a todas horas. Familiares náuseas que con toda seguridad ya había sufrido antes, esa terrible sensación de vacío en el estómago que le asaltaba cuando una monstruosa realidad cobraba forma: la había perdido, esta vez sí, sin remedio. La había perdido, joder. La puta bomba de Hiroshima había caído y Rafael Sánchez era historia. En su lugar, ahora había un cráter que a duras penas conseguía parecerse a una ciudad arrasada. Tan ruinosa que no podía levantarse de la cama ni se encontraba el ánimo en ninguna parte. Tan destruida que ni siquiera servía para tener sueño, o para tener hambre.

(Continuará)

Di que no era verdad (I)
Este verano volví a ver una serie que se emitió en Antena 3 hace ya unos cuantos años. Se llamaba "Mis adorables vecinos" y creía que yo era la única persona que se acordaba de Rafa y Laura, los protagonistas de la trama amorosa principal de la serie. No pude ver el final de esta historia en directo entonces, así que lo hice por primera vez este verano y me indigné. Tanto que dediqué mi tiempo de friki-ocio en elaborar un final alternativo que colgué en youtube.

Hoy sé que no soy la única que les recuerda (para mi sorpresa, la mayoría de las visitas de mi vídeo proceden de Europa del Este ¡!), y que tampoco soy la única a la que no le pareció bien el desenlace escogido por Globomedia para Rafa y Laura. Pero entonces aún no lo sabía, por tanto, como escribir me gusta más que hacer vídeos, me puse a redactar un nuevo final, un futuro alternativo para esta pareja. He aquí el resultado, que iré colgando por partes.





DI QUE NO ERA VERDAD


El reloj de la mesita de noche marcaba las 23:45 y aún no estaba preparada. Volvió la vista hacia los pies de la cama donde reposaba su maleta azul de siempre, amenazando con ir a reventar de un momento a otro, flanqueada por otras tres maletas nuevas que le había comprado su madre. Se giró para mirarla en una fotografía en la que también aparecían su padre y ella misma. La imagen llevaba años presidiendo el corcho que cubría casi en su totalidad una de las paredes de su habitación. Iba a extrañarles. Muchísimo. Tampoco le había resultado fácil decir adiós a los enanos. Los niños son unos profesionales del chantaje emocional y, aunque difícilmente habría podido encontrar un buen momento para irse, desde luego no era el mejor para dejar a Bea huérfana de los consejos de una hermana mayor, ni para desoír el hipotético síndrome de príncipe destronado que podría sacudir a Sergio de un momento a otro, ni tampoco para perderse los primeros pasos, las primeras palabras de Antonio. No tenía demasiado tiempo, así que se levantó con decisión y se dirigió al baño, abrió el cajón en el que guardaba la bolsa de aseo, la colocó sobre el tocador y, al levantar la vista hacia el tarro de leche hidratante, se dio de bruces contra su propio reflejo. No hay ninguna razón para quedarse.

Cuando el espejo empezaba a hablar, ya no había forma de callarle. Sobre todo porque solía tener toda la razón. Esta vez también la tenía, porque nunca volvería a entrar en su habitación, porque no volvería a escuchar su voz tras el seto de arizónica, porque no tendría que enseñarle a traducir frases. You won’t escape tonight, you will be mine, ¿qué te parece? No había ninguna razón para quedarse, porque él no allanaría su jardín de madrugada, borracho y empeñado en despertar a todo el vecindario con una serenata, porque no volvería a destrozar una canción de Los Pecos para explicarle hasta qué punto la amaba, ni gritaría sus celos hasta hacerla llorar y estallar de dolor él mismo. Joder, no había ninguna puta razón para quedarse.


Y al descubrir que sus pensamientos utilizaban sin esfuerzo el mismo lenguaje que habría empleado él si estuviera en su lugar, su garganta se enredó hasta convertirse en una maraña imposible de deshacer. No iba a poder decirle adiós, aunque tampoco es que importara. Adiós tan sólo es una palabra, y él tampoco se la había dicho a ella el día que se marchó. Su madre le explicó después que la vecina había discutido con él por dejar los estudios para montar un taller. Ella había estado en ese taller y había intentado convencerle de que buscara una forma de compaginar las clases con su incipiente negocio. Pero él no la había escuchado. Como si volviera a necesitar y no encontrar bocatas en esta urbanización de pijitos. Y al recordar las primeras palabras que le oyó pronunciar en la casa en la que habían pasado tantas horas juntos quiso reír, pero se echó a llorar.


Hacía semanas que sabía que tenía que asumirlo. Se lo había dicho a Aitana. Lo suyo con Rafa era historia, y la realidad le había demostrado que podía sobrevivir sin él en un sinfín de ocasiones, pero lo cierto es que entonces sabía que bastaba con salir a tomar el sol en el jardín y esperar a que a él se le escapara la pelota, con aguardar a que a Loli se le ocurriera una excusa para engalanar su casa de evento ineludible, con traspasar el umbral de la puerta de clase, y allí estaría. Odiándola o amándola, a su manera y según tuviera el día, pendiente de todas las demás y, en realidad, de ninguna otra que no fuera ella. Y que se entere todo el mundo: Rafael Sánchez quiere a Laura Sandoval. Ahora todo era distinto. Rafael Sánchez vivía en Ávila, no demasiado lejos pero sí lo suficiente. Y, sin ánimo de contradecir lo que supiera todo el mundo, Laura Sandoval sabía que ya no la quería, fueran cuales fueran sus últimas palabras al respecto. Veinte minutos más tarde, todo estaba controlado. Laura se metió en la cama dispuesta a no pensar, a no moverse, a permanecer quieta y dormirse lo antes posible. Cerrar los ojos y los oídos. No recordar que sobre la cama que la sostenía decidió que le quería. No rastrear su aroma entre las sábanas para no descubrir que se había perdido hacía meses. Dormir, dormir cuanto antes. El mundo no se acaba por un tío y todo eso. Y mañana estaría lejos. Lejos de él y de todos. Su avión salía a las 6:45. En Oxford no habría nada que pudiera recordárselo. Oh, mierda, sí, el maldito inglés. El maldito inglés al que le debía todo lo bueno y todo lo malo…
(Continuará)
Bienvenidos a otro mundo imaginario
Me gusta escribir. Me gustan las series, las películas y los libros. Me gustan las historias de amor. Por eso he decidido crear este espacio donde trato de reunir estas aficiones, y en el que publicaré los fics que, de vez en cuando, me da por escribir, mis reflexiones de freak, alguna que otra noticia y esas cositas.

Os animo a que vosotros hagáis lo mismo en vuestros comentarios. Así que, como decía una conocida mía: Disparad, que mi templo aguanta.


Un saludo.
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